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La joven, recogida en su aposento,
meditaba los signos y las promesas;
su deseo del Mesías fue creciendo
como hoguera gigante, incontenible,
con sed intensa y hambre de justicia.
Ven, Señor, a curarnos y salvarnos.
Señor, necesitamos tu presencia;
rasga el cielo y acércate a nosotros;
no tardes más, Señor, mi alma te desea.
Y al momento la joven se sentía
esponjada en presencia misteriosa;
una lluvia de gozo la empapaba
y luz maravillosa, y un Amigo
que pedía su entrega decidida.
Y la joven consciente, generosa,
sin dudar un momento la respuesta,
se entrega toda entera, como esclava;
da ese Sí, que es final de los advientos
y Dios mismo pedía con respeto.
La joven se sintió llena de Espíritu
y como de Dios embarazada.
Los tiempos han llegado a plenitud.
La tierra se convierte en sacramento.
Todo el cielo se centra en una joven:
María, la bendita, se llamaba.
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