Agosto 2008
Sal 145:8-9,15-22; Is 55:1‑5; Ro 9:1-15; Mt 14:13‑21
El texto de este domingo sucede al asesinato de Juan el Bautista. No puede pasarse por alto que se señala que cuando Jesús supo esa noticia deseó retirarse a un lugar solitario en el desierto. Pero la gente impidió que se quedara solo y lo siguió a pie –probablemente recorriendo la orilla del lago- hasta que dieron con él. Jesús quiso estar solo pero no pudo evitar la presencia de la gente que lo rodeaba.
Hay cuatro elementos que deseamos destacar de este texto y que nos ayudarán a presentarlo en nuestra predicación. Los describiremos y colocaremos en cursiva algunas reflexiones marginales.
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Jesús tiene compasión de la multitud. Dado que lo siguen sin que él lo desee, uno podría esperar que Jesús se molestara con la presencia de la gente. A diferencia de otros, él ve la necesidad de los demás y actúa en consecuencia. El texto dice que sanó a los enfermos. Quizás no todos lo estaban, pero una vez más la curación es signo del amor de Dios y de la voluntad reparadora de Cristo. No cura para que nunca más se enfermen sino para dar testimonio de que Dios busca lo mejor para cada uno. Tampoco cura a todos los enfermos. La sanidad obrada por Jesús es signo de una sanidad más profunda y necesaria.
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El segundo elemento en el relato es la actitud de los discípulos. Podríamos llamarla de un realismo práctico. Se hace de noche y aconsejan que la gente sea despedida para que lleguen con tiempo a sus casas. Imaginemos que habría allí no solo personas fuertes sino también ancianos y quizás madres con sus niños. ¿Qué habríamos hecho nosotros? Es probable que nos acoplaríamos a las recomendaciones de los discípulos. ¿No son acaso razonables y hasta compasivas con las necesidades de esta multitud que comenzaba a sentir hambre? Pero Jesús está pensando más allá del instante que viven. Él piensa en ofrecer a la gente un testimonio de la voluntad de Dios y por lo tanto tiene un plan distinto. Va a sorprender tanto a los discípulos como a quienes lo siguieron hasta allí.
Los discípulos se ven desafiados por la actitud de Jesús: dadles vosotros de comer. Pensemos en la primera reacción: nosotros no tenemos nada que compartir. Y si tenemos algo no alcanzará más que para muy pocas personas. Muchas veces en la iglesia creemos que no tenemos nada que compartir, que nuestro mensaje no interesa o que no será suficientemente rico como para quien lo reciba. Por momentos nos parecemos más a los discípulos que a Jesús.
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Jesús desafía a los discípulos con algo que sale de lo esperado. Él sabe que no hay pan suficiente pero no deja de convocar a una empresa que está más allá de lo visible. Quiere sorprender antes a sus discípulos que a la gente que está allí esperando. Observemos la situación: es muy probable que quienes estaban allí no pretendían que les den de comer. Nadie en su sano juicio tendría tal idea. Ni habían ido allí por hambre ni Jesús era conocido como alimentador de multitudes. En general se muestra a la gente buscando sanidad más que alimentos. O buscando consuelo y perdón de pecados más que soluciones a una situación eventual. Esto no pone en aviso de lo que está sucediendo. Jesús quiere aprovechar el momento para darle una lección primero a sus seguidores cercanos los discípulos y luego a la multitud. A los primeros les muestra que el plan de Dios no siempre es previsible ni se desarrolla por los caminos que nosotros imaginamos. A los segundos le enseña que a Dios le interesa toda la vida de sus hijos e hijas, no solo aquellas cosas que a ellos les preocupan. Aunque parezca una contradicción, la alimentación de la multitud no es un mensaje relativo a las necesidades inmediatas –tener hambre- sino a aquellas cosas que parecen no ser las más importantes. En ese momento Jesús identificó el hambre de la multitud con las cosas permanentes. Por eso su pan no se acaba sino que abunda y sobra.
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La multitud es alimentada. ¿Habrán comprendido los discípulos el mensaje de tal milagro? ¿Habrá percibido la gente que Jesús estaba anunciando una profunda realidad del Reino ante ellos? Lo que allí sucede es que quienes tenían hambre fueron saciados y que quienes lo buscaban por algo inmediato recibían un mensaje que trascendía sus vidas cotidianas. Las canastas llenas aluden a aquello que trasciende nuestra necesidad, a todo lo demás que Dios nos da.
Preguntas para enriquecer la predicación:
¿Qué expectativas tenemos respecto a lo que Jesús nos ofrece?
¿Percibimos que el Señor tiene un proyecto que puede ser diferente al nuestro?
¿Nuestra fe es consciente que Jesús va más allá de nuestros esfuerzos cotidianos y nos invita a una vida en profundidad?
Al proclamar su Palabra estamos repartiendo panes que no nos pertenecen. Son de Dios y han sido creados por él para que quienes lo reciban sepan de su amor.
Responsable: Dr. Pablo R. Andiñach
Instituto Universitario ISEDET, Buenos Aires, Argentina
Agosto 2008.