Autor/es: Julio R. Vargas-Vidal
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En esta semana en la que nuestras decoraciones navideñas de nuestra casa comienzan a deslucirse un poco. El árbol, hace unas semanas era verde y fragante, ahora está medio marchito y seco. Sin los regalos que colocamos debajo de él, el árbol como que pierde su encanto. Las decoraciones, las cuales añadían color y brillantez, ahora como que hacen que todo se vea aglomerado.
Entonces nos volvemos ansiosos por empacar todo, guardar todo, llevarlo al closet, o al cuarto de triques, para así pasarle el plumero a toda la casa, por primera vez desde que decoramos para la Navidad. Respiramos aire de tranquilidad. Navidad pasó una vez más.
Y miramos al santuario. Es el quinto domingo desde que Adviento comenzó, y hemos hecho las ceremonias de las velas. Hemos visto la decoración por muchas semanas ya. Probablemente en la próxima semana alguien la quitará y la guardará hasta el próximo año.
En casa, en los pueblos, en el trabajo, en la iglesia, todo volverá a la normalidad otra vez.
Pero nuestras vidas, ¿acaso vuelven a ser normales? ¿Todo sigue igual?
Piensen y reflexionen en lo que hemos escuchado en este Adviento y en esta Navidad –la esperanza del regreso del Salvador, nuestra salvación, el renuevo de nuestra vida en el regreso de Jesús. El gozo de saber que Jesús es nuestro Salvador- nuestras vidas han sido tocadas y cambiadas por esta palabra.
Recordemos la luz que estas palabras nos han dado. Así como hemos celebrado la Navidad, una vez más no sólo hemos sido recordados sino que hemos experimentado el gran amor de Dios para con nosotros. Y esa luz se quedará con nosotros.