Autor/es: Enrique García
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Pablo Pincheiras es el hijo de un Pastor vecino a la obra en Loma Paraguaya. La familia Pincheira y su Iglesia ha sido parte de algún programa común con nuestra Iglesia. Y el Pastor y su esposa estuvieron presentes cuando hicimos la despedida a Cristina en una actitud de reconocimiento y solidaridad.
Pablo trabaja en un área del Polo Petroquímico, para una empresa que se encarga de la limpieza de las grandes tuberías, algunas de las cuales un operario entra parado con total facilidad. Trabajan con detergentes industriales, agua caliente y agua a presión. Las mangueras son de unos 10/12 cm de diámetro. Son como las que
utilizan los bomberos.Esas mangueras en el extremo tienen un pico de metal que
el operario va regulando para dar el tipo de chorro que necesita. La manguera debe estar en línea recta y el operario debe tenerla
firmemente agarrada antes de abrir el paso del agua, de no ser así, la salida, el extremo, comienza a chicotear con una violencia importante. Tanta violencia como que alguien abrió la llave antes de que Pincheira la tuviera sostenida con sus manos y el impacto le seccionó medio cuello. Pablo tenía 33 años, casado y con hijos.
Esto podría ser el informe de un informativo. Que más o menos yo
escuché en las noticias de anoche; pero Dios me tenía reservada otra experiencia.
Hasta ese momento no había identificado el apellido porque da que tengo en Bahía gente de Patagones con ese apellido.
Hoy salí y al volver como a las 10 habían dejado el mensaje; era el hijo del Pastor. Averigüe y me fui a la capillita que tienen en el barrio a tres cuadras donde la Iglesia Metodista tiene su lugar de testimonio. Yo conocía a toda la familia así que de camino iba haciéndome un cuadro más o menos aproximado de lo que podría vivir.
Lejos estaba de la realidad.
Los vecinos habían ocupado casi toda la cuadra. Bicicletas, autos viejos, gente que llegaba caminando entre el barro, (porque aquí hace una semana que está lloviendo), se dirigía a acompañar a la familia.
La capillita es un salón de doce por seis con unos poquitos bancos y un púlpito en el medio con algunos textos en la pared; estaba
absolutamente repleta. La gente apretujada escuchaba atentamente a alguien que yo hasta ese momento no podía identificar: el Pastor
Pincheiras estaba predicando. Mi intuición me decía que estaba en el momento más importante. Así fue. Pincheiras el Pastor,
Pincheiras el padre, estaba predicando. Yo no podía creer lo que estaba viviendo.
Estaba predicando y mirando a su hijo!!
La firmeza, la fuerza, la entereza con la que estaba allí, hablando del hijo, de una
muerte que sólo Dios la comprende pero que con eso basta..."
¡Con qué serenidad daba testimonio de la fe en la resurrección y de la
voluntad de Dios! Sin quebrarse, sin que se le moviera un músculo de la cara que indicara que podían irritárseles los ojos
siquiera!!
Por supuesto no terminó de predicar sin hacer un llamado a entregarse a Jesucristo a las más de cien personas que estábamos allí dentro, amigos, vecinos, compañeros de
trabajo, familiares.
Durante la próxima hora y media que estuve allí hasta que vino el servicio para ir al cementerio, un grupo de mujeres y hombres
cantaron sin parar decenas de himnos recontraconocidos para los viejos evangélicos de la época de mis viejos. Himnos que hablan de ángeles blancos acompañándonos hacia Dios, de Jesús viniendo
en las nubes a buscar a sus escogidos. Himnos que deben haber acompañado a
millones de creyentes en el planeta, cantados con una seguridad y una fuerza que hacía tiempo no escuchaba. Eran hombres y mujeres humildes, sencillos . Miembros de un barrio pobre, con calles de tierra, sin servicios. Trabajadores desocupados que venían con un ramito de flores que habían juntado del fondo de sus casas.
No tenían cultura musical ni instrumentos; tenían lo único que podía apuntalarlos en medio de las calamidades sociales a las que se les agregaba ahora, la fatalidad de la muerte de un compañero joven: la seguridad de la vida en Cristo.
Cuando me acerqué a saludarlos todos agradecieron inmutables mi presencia sin que se les moviera un pelo. El Pastor Pincheiras
agradeció muy cálidamente y se acordó de Cristina y pidió puntualmente le diera su saludo y oración. Estuvimos abrazados en
un largo abrazo. Ambos dijimos "Gloria a Dios." Yo lo decía a partir de su testimonio y él lo decía a partir de una certeza inquebrantable.
Pocos minutos antes de que llegara el servicio, el pastor pidió dejar a los familares al lado del cajón. Cada uno se acercó y besó al muchacho muerto y recién allí, pocos minutos antes de llevárselo,
lloraron al ser querido. Luego él mismo se encargó de ordenar el cortejo hacia el cementerio.
Pastor y Padre.
¡Que lo parió!
Pastor y Padre.
Me fui masticando lo que había vivido.
¡Cuánto me falta!
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